viernes, 13 de febrero de 2015

Una buena forma de morir


Cuando tenía como 11 o 12 años me acostaba en mi cama y me imaginaba que desde el techo bajaba a toda velocidad una hoja de metal perfectamente afilada hacia mi cuello separando instantáneamente mi cabeza del resto del cuerpo. Esa era mi fantasía más frecuente. Todo ocurriría tan rápido que no tendría que sentir dolor, ni siquiera enterarme. Ni siquiera tendría que moverme o levantarme de la cama.
Esa sería una buena forma de morir, pensaba.
Esa sería una buena forma de morir.

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